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Aerthinion murió a la edad de ochocientos treinta años; Thinal, su hija mayor, se ocupó del gobierno desde ese momento, mientras Fenial, su hermana pequeña se preocupó de aprender Magia. Pero Thinal era bien diferente a su padre, y desde muy pequeña había defraudado a su progenitor al no sentir ningún interés artístico, y prefirió seguir por la senda del guerrero. Cuentan las crónicas de la época que, pese a su belleza, era una excelente luchadora capaz de manejar las más variadas armas y estilos de combate. A los diez años comenzó a entrenarse con un viejo capitán de la Guardia Melion y a los veinte entró en esta organización sirviendo como soldado.
Thinal creció en poder y sabiduría, ascendiendo a los más altos puestos de mando de la Guardia Melion, quienes la admiraban y estaban convencidos de que era la guerrera más grande de todos los tiempos. Ella fue la que dirigió las tropas en la batalla contra la rebelión de los Vlonn de oriente. Pero no sólo hizo esto, sino que antes de ser coronada reina se dedicó a la vida aventurera recorriendo los parajes de Noorgaar con un grupo de amigos: visitó las tierras de los Selion conociendo su salvaje manera de ver la vida, vivió cierto tiempo entre los Dweloin prendiendo la manera de forjar los metales mágicos y, por último, recorrió los reinos Ywen aprendiendo sus costumbres y formas.
Con todo este bagaje Thinal llegó al trono. Decidida a que los Vlonn no se movieran de su sitio, emprendió una serie de reformas en las milicias y Guardia Melion. Sin descuidar la diplomacia, Thinal comenzó a entrenar a los soldados de la Guardia Melion en las técnicas y tácticas que había aprendido en sus viajes, así, la Ciudad de los Mil Resplandores, como se llamaba Ciudad Imperial en esta época, se llenó de los gritos de los entrenamientos y los martilleos de las forjas. Estas fueron construidas con la ayuda y directrices de los Dweloin en la base del enorme volcán de la isla. Sus corredores se extendían a lo largo de kilómetros en busca de los valiosos minerales, mientras que conductos especiales guiaban el magma de volcán durmiente a las forjas, calentando los metales más especiales. En estas forjas se preparaban las armas y las nuevas armaduras de las milicias y la Guardia Melion. Thinal desarrolló variadas tácticas de guerra, diseñó máquinas de asedio y entrenó a los más astutos generales.
Su gobierno fue en su mayoría pacífico. En los primeros años no hubo incidentes ni ataques Hetnon, pero hacia el final del reinado, cuando Thinal preparaba el traspaso de poder a su hijo mayor, surgieron los problemas. En las tierras de Taer, pueblo Melion que no formaba parte de la Entente Blanca, se sucedieron los ataques de unas fuerzas desconocidas hasta la época. Los pueblos eran arrasados, las cosechas completamente destruidas y los supervivientes apresados como esclavos. Pronto, oleadas de salvajes guerreros descendieron desde el norte, atacando las tierras del reino de Velano del continente y atacando con saña a los Moellan. El peligro provenía de las tierras de Sylae, que hasta ese momento sólo estaban habitadas por pequeñas ciudades estado y tribus salvajes. Al parecer, un poderoso guerrero había unificado las ciudades, dotando a sus habitantes de armas y armaduras de buena calidad.
Los Ywen hablaron rápidamente con Thinal, que propuso coronar a su hijo para que ella pudiera hacer frente a la amenaza. Thernael Belthana sugirió a su madre no precipitarse, ya que desconocían el poder de su nuevo enemigo. Sin embargo, deseosa de entrar en batalla, Thinal no hizo caso a nadie.
Movilizó a la Guardia Melion y reclutó a los ejércitos personales de varios nobles Kenion y Samnios, y varias tribus Moellan. Con este gran ejército se dirigió hacia las tierras Sylae para contener al enemigo. En todas partes se oían rumores sobre los soldados Sylaen, diciendo que eran seres bestiales, con cabezas deformes, acompañados de hechiceros y magos de gran poder y maldad. Los ejércitos Melion tardaron casi dos años en llegar a las tierras del enemigo. El paso de las Montañas del Relámpago fue difícil y costoso, tanto en vidas como en material, en las cumbres, los soldados fueron asediados por extrañas criaturas de inmensa fuerza, los suministros tardaban en llegar y eran emboscados por grupos de guerrilleros que aparecían de la nada. Los generales Melion empezaron a creer las habladurías, pero Thinal no les dio crédito, o no quiso creerlas, y siguió adelante.
En la corte, las noticias sobre los avances del ejército se tomaban con preocupación y Thernael convocó el Consejo de Reyes Melion, y además invitó a los Ywen de la Sierra de Khess y a los Dweloin de las montañas del norte. También se mandó llamar a los más preeminentes magos de las academias y a los generales que aún quedaban en la ciudad. Su función era la de analizar la campaña de Thinal y preparar medidas en caso de posible fracaso.
Más de cincuenta mil soldados Melion se reunieron en la Planicie de los Gusanos, tras las montañas de la Dorsal del Mundo, en el sur de las tierras de Sylae. A la cabeza se encontraba orgullosa y decidida Thinal, portando una antigua armadura anterior a la Guerra contra el Caos, que decían había sido forjada por la propia Princesa de la Magia y su portador nunca había recibido daño alguno. Tras ella se presentaban doce de los mejores magos de batalla, especializados cada uno en un aspecto, preparando sus dones más demoledores.
Sólo un Nacido se presentó al frente de las tropas Sylaen, vistiendo armadura negra y dorada, llena de púas y formas grotescas, con capa roja ondeando al viento y un yelmo con forma de lobo furioso, los observó desdeñoso. Se identificó como Galbert, señor de los ejércitos de Naagkord, y con palabras altivas les habló exigiéndoles su rendición. Thinal se rió y ordenó a los magos que atacasen al imprudente general. Una tormenta de magia se abatió sobre Galbert, fuego, hielo, energía y hasta la mismísima tierra se volvieron contra él, después de las explosiones el humo se disipó pero Galbert seguía en pie, incólume ante la terrible fuerza de los magos. El general , en silencio alzó la mano y, únicamente cerrando el puño, los doce magos murieron asfixiados. Thinal, enfurecida al tiempo que aterrorizada, cargó contra Galbert con un grito de batalla en sus labios. Antes de que el grito cesase la tierra se agrieto y zarcillos de fuego surgieron de ella, atrapando a la reina, fundiendo su armadura, devorando su cuerpo, y convirtiendo a Thinal en cenizas humeantes. Toda la planicie retumbó ante el poder desatado de Galbert; las tropas Melion fueron engullidas por fuegos negros que surgieron de las torturadas tierras Sylaen mientras que terremotos quebraron la tierra bajos las monturas. Nadie sobrevivió a la matanza.
Al mismo tiempo, las gentes del sur se movilizaron para atacar a Kenion, Alsanos y Lanés por igual. Los habitantes de las tierras Zukan, los pueblos demonio, asolaron las tierras de Erita, mientras que desde las Montañas de Cristal miles de Caendanos se alzaron contra los desprevenidos Dweloin.
En la capital, las noticias de la derrota provocaron el pánico entre los reyes Melion. Todos ellos salieron hacia sus dominios para prepararse para la inminente guerra; los Ywen volvieron a sus tierras deseosos de venganza, mientras que los Dweloin abandonaron toda colaboración para intentar rechazar a los Caendanos. Parecía que el Caos campaba a sus anchas por todo el continente.
El ejército de Galbert conquistó en pocos días las tierras de los Moellan, mientras asediaba la capital de Samnia y comenzaba las incursiones en Mirr. Desde el desierto del sur, los ejércitos del señor de la guerra Kiertach asolaron los poblados Kenion y realizaron sangrientas masacres. Otro cuerpo de soldados, los Laonhaet, al mando del caudillo Vlannedrach, formaron un puntal que cruzó las tierras Lané para unirse con el ejército que atacaba desde Wittia; y en todos estos territorios nadie sabía cómo detener su avance. En muchos casos nadie llegaba a comprender lo que sucedía, pues sus ataques eran inesperados, rápidos y demoledores y además los dones que utilizaban eran desconocidos e increíblemente poderosos. Sus soldados eran furiosas máquinas de matar que se unían en perfecta coordinación con sus hechiceros, las bestias y monstruos que les acompañaban seguían el mandato de los oficiales, y sus armas eran capaces de penetrar cualquier armadura.
Thernael llamó a la calma a todos los miembros del Consejo de Reyes, les solicitó que volvieran a la ciudad Keanion para buscar soluciones a esta crisis, les instó a investigar conjuntamente para averiguar de dónde provenía tanto poder, quiénes eran esos señores de la guerra y cuál era su origen. Ninguno le hizo caso y los reyes se prepararon para la guerra, fortificando sus reinos, cobrando impuestos, reclutando a los jóvenes de todas las provincias, y fundiendo metales para forjar armas y armaduras con las que armarse.
Sin embargo Thernael no estaba satisfecho. Hablaba constantemente de sueños intranquilos que le acosaban cada noche, de pesadillas en las que un ser de horrendo poder le mataba con una espada aullante. Poco a poco fue encerrándose cada vez más en sí mismo, despedía a sus generales con ademanes altivos y nerviosos, pasaba horas enteras consultando viejos tomos de magia, estudiando la historia antigua, leyendo los diarios de sus antecesores, intentando encontrar algo que sus súbditos llamaban fantasmas, incluso se negó a ser coronado, pues decía que aún no estaba preparado. Llamó a sus mejores amigos, un Mirr llamado Herane, un Moellan de nombre Wenal y un Kenion llamado Sisnach y les pidió que se embarcaran en la búsqueda de una muchacha, una Melion muy especial con la que había soñado en muchas ocasiones, una muchacha con los cabellos de plata. Su aparente locura continuó hasta que por fin se encerró en las bibliotecas. Antes de cerrar las puertas mandó llamar una escuadra formada por cincuenta soldados de cada una de las naciones perteneciente a la Entente Blanca, naciones aliadas de los Keanion, y a los doce capitanes más leales y esforzados. Antes de desaparecer con ellos, obligó a los guardias de las puertas a jurar que jamás se separarían de las puertas de las bibliotecas y que nunca dejarían a nadie penetrar en ellas.
Sin el rey, los generales Keanion enviaron todos los soldados disponibles a defender las tierras propias y de los aliados. Durante cinco años de campaña militar, todo el poder de los Melion se vio superado por el empuje de los ejércitos Hetnon. Estos, dirigidos por los señores de la guerra, avanzaron lenta pero imparablemente contra los Kenion. Los Ywen de Erita fueron expulsados hacia las islas Arco Iris y las tierras de Velano en el continente arrasadas. Nada escapaba al poder de los señores de la guerra Hetnon. Distintos ejércitos conquistaron las tierras Melion, Ywen, Selion y Dweloin. Sólo los Ywen Celestiales, al vivir en una nube escaparon de las matanzas y saqueos.
Finalmente, las fuerzas de los caudillos Hetnon se congregaron en las puertas de la ciudad de Ensenada de las Mil Velas. Prácticamente todo Noorgaar había sido subyugado por éstos, que en total eran doce. Sólo las islas de Velano, Hermanas Magia, Arco Iris, y algunos bastiones en el Corazón de Ert resistían aún, pero era cuestión de tiempo que también sucumbieran.
A las puertas de la ciudad el líder de las fuerzas Hetnon se adelantó y se quitó el yelmo. Los defensores observaron los ejércitos de todos los señores de la guerra y se preguntaron si habría alguna forma de salvarse. El líder de las hordas Hetnon les conminó a rendirse incondicionalmente y proclamó allí por vez primera su nombre: Hiritach, Poder de la Energía Oscura y Señor de los Poderes de Caos, aniquilador de los Selthanion. El capitán de la ciudad le respondió airado que Hiritach murió mucho tiempo atrás a manos de la Princesa de la Magia y se negó a rendir la ciudad. Inmediatamente, las puertas estallaron ante el poder del renacido Hiritach. Miles de Hetnon se abalanzaron a su interior, regando las calles con la sangre de sus habitantes, formando ríos que tiñeron el Laermer. Los abusos y matanzas se convirtieron en depravaciones y carnicerías mayores que las cometidas a lo largo de toda la guerra.
Al amanecer, la mirada de Hiritach se fijó en la miriada de embarcaciones que huían hacia la ciudad Keanion, la Ciudad de los Mil Resplandores. Sólo esta ciudad se mantenía libre y en pie de todas las ciudades Melion, y una vez fuera tomada, asaltaría la ciudad nube de los Ywen Celestiales. Pero algo escapó a la mirada implacable de Hiritach, pues entre las embarcaciones de refugiados se ocultaban los amigos de Thernael. Herane, Wenal y Sisnach volvían en una pequeña embarcación acompañados de una muchacha de cabellos plateados, Reenan, quien portaba además un joyero de madera tallada encontrado después de peligrosas aventuras y de haberse adentrado en la fortaleza del mismísimo Hiritach.
Los soldados Keanion habían contemplado la caída de Ensenada de las Mil Velas y se encontraban desmoralizados.Nadie podría escapar, pues una flota de navíos Hetnon se congregaba en el Puerto del Dragón, donde otrora desembarcaron los soldados Keanion; al día siguiente los Keanion serían aniquilados.
Los tres amigos se dirigieron inmediatamente a las bibliotecas de palacio, pero los guardias no los dejaron pasar, Desesperados, se reunieron en una posada para descansar y trazar un plan, pero al amanecer Hiritach atacó. El caos se extendió por la ciudad cuando los cuernos de guerra sonaron en las murallas y los soldados se dirigieron a defender la ciudad, que ya daban por perdida.
Un millar de embarcaciones partieron del Puerto del Dragón y Ensenada de las Mil Velas, repletas de guerreros y capitaneados por los Poderes de Caos. Hiritach ofreció a sus huestes la venganza por la muerte de su predecesor a manos de la Princesa de la Magia en las mismas puertas que ahora iban a asaltar. Con un gesto Hiritach destruyó las torres de defensa. Entonces, mientras las naves tomaban tierra, ordenó a sus seguidores asaltar la ciudad mientras él aguardaba en el buque insignia, contemplando la batalla con una copa de vino en la mano. Los barcos asaltaban los islotes llevando la muerte y la destrucción a cada casa. Una vez comenzado el asalto, Galbert, Poder de la Muerte, Procurador de Litner y lugarteniente de Hiritach, dirigió al resto de Poderes hacia las puertas del Palacio de las Estrellas.
Una vez dentro, los Poderes se encaminaron hacia el Palacio de las Estrellas, excepto Galbert, que se dirigió a la Torre de la Magia para reclamar sus tesoros. Dentro de la ciudad, y en medio del pánico, Reenan se separó de sus amigos, siendo arrastrada por la gente mientras las puertas de palacio caían. Corriendo a través de los puentes Reenan llegó sin quererlo hasta la Torre de la Magia. Dicen que la torre descansaba incólume al paso del tiempo, cerrada a cal y canto, pues nadie se había atrevido a traspasar sus puertas. Atrapada allí por las tropas de vanguardia de Galbert, Reenan buscó desesperada una entrada a la torre, encontrando que las puertas se encontraban abiertas. Franqueó las puertas y escuchó una dulce voz femenina que la llamaba desde lo alto de la torre.
Mientras, los demás Poderes llegaron hasta la sala del trono en el Palacio de las Estrellas. Allí se encontraban los defensores que Thenbrael había dispuesto para proteger el acceso a las bibliotecas, quienes defendieron el acceso con furia y arrojo, deteniendo el ataque momentáneamente.
Galbert, Poder de la muerte, llegó a las puertas de la Torre de la Magia. Al verlas abiertas ordenó a sus soldados que le acompañasen al interior. Subió las escaleras, deseoso de saber quien ocupaba la torre. Los pacientes defensores mágicos de la torre se levantaron entonces: daertack, golem y gárgolas se alzaron formando un ejército infranqueable. Las tropas de Galbert se vieron empujadas hacia el exterior mientras Galbert ascendía en solitario, matando todo lo que se interponía en su camino. Al llegar a la cumbre descubrió a su ocupante, y cargó contra Reenan sin pensarlo un instante. La espada de Galbert voló veloz hacia el níveo cuello de la joven, la furia se podía palpar en el grito asesino del Poder de la Muerte. Reenan se giró, en su rostro se podía ver el sufrimiento por los Nacidos que veía morir desde las ventanas de la alta torre y sus ojos estaban anegados por las lágrimas. Galbert se detuvo un instante al verla llorar, su mano tembló, la espada cayó a los pies de Reenan y el Poder de la Muerte quedó congelado.
A los pocos minutos, cuando las tropas de Galbert consiguieron derrotar a las gárgolas y se disponían a asaltar de nuevo la torre, Reenan apareció, vestida con una amplia capa dorada y una túnica de irisados colores que la protegía. Las gárgolas, golem y daertack se alzaron de nuevo, formando un poderoso ejército que rodeó a los hombres de Galbert. Del Poder de la Muerte nunca jamás se volvió a saber.
En el palacio, Kiertach, Poder del Fuego Oscuro, entró al fin en la sala del trono después de matar a los guardias. Sólo un soldado se mantenía en pie en el centro de la sala, protegiendo el trono, y con voz vacilante exigió a los Poderes de Caos que se rindieran, y éstos se rieron en su cara. Pero sus risas fueron acalladas por otras palabras: “Caos sólo os conducirá a la muerte, rendíos y renegad de él o vuestro fin llegará de nuestras manos”. Era Thernael quien pronunció estas palabras, desde las puertas de las bibliotecas. Le acompañaban Herane, Wenal, Sisnach y los doce capitanes de la guardia, seguidos de sus hombres. Thernael portaba en sus manos el Símbolo del Poder de la Energía de Ley, y sus fieles amigos esgrimían también cada uno de ellos un Símbolo de Ley, Herane el del Fuego, Sisnach el de las Bestias y Wenal el de la Tierra. Los capitanes y los soldados llevaban armaduras relucientes y en sus ojos se podía ver el poder de Magia; habían nacido los caballeros.
Los poderes de Caos rugieron con furia, su carga fue breve y su muerte rápida. Los Poderes de Caos no esperaban ninguna oposición. La ira de los caballeros no conoció límites ni clemencia, y en una rauda purga limpiaron el palacio. Después atacaron desde el palacio a las tropas dispersas por la ciudad. Los caballeros eran pocos, pero su poder inmenso.
Mientras, los demás Poderes llegaron hasta la sala del trono en el Palacio de las Estrellas. Allí se encontraban los defensores que Thenbrael había dispuesto para proteger el acceso a las bibliotecas, quienes defendieron el acceso con furia y arrojo, deteniendo el ataque momentáneamente.
Galbert, Poder de la muerte, llegó a las puertas de la Torre de la Magia. Al verlas abiertas ordenó a sus soldados que le acompañasen al interior. Subió las escaleras, deseoso de saber quien ocupaba la torre. Los pacientes defensores mágicos de la torre se levantaron entonces: daertack, golem y gárgolas se alzaron formando un ejército infranqueable. Las tropas de Galbert se vieron empujadas hacia el exterior mientras Galbert ascendía en solitario, matando todo lo que se interponía en su camino. Al llegar a la cumbre descubrió a su ocupante, y cargó contra Reenan sin pensarlo un instante. La espada de Galbert voló veloz hacia el níveo cuello de la joven, la furia se podía palpar en el grito asesino del Poder de la Muerte. Reenan se giró, en su rostro se podía ver el sufrimiento por los Nacidos que veía morir desde las ventanas de la alta torre y sus ojos estaban anegados por las lágrimas. Galbert se detuvo un instante al verla llorar, su mano tembló, la espada cayó a los pies de Reenan y el Poder de la Muerte quedó congelado.
A los pocos minutos, cuando las tropas de Galbert consiguieron derrotar a las gárgolas y se disponían a asaltar de nuevo la torre, Reenan apareció, vestida con una amplia capa dorada y una túnica de irisados colores que la protegía. Las gárgolas, golem y daertack se alzaron de nuevo, formando un poderoso ejército que rodeó a los hombres de Galbert. Del Poder de la Muerte nunca jamás se volvió a saber.
En el palacio, Kiertach, Poder del Fuego Oscuro, entró al fin en la sala del trono después de matar a los guardias. Sólo un soldado se mantenía en pie en el centro de la sala, protegiendo el trono, y con voz vacilante exigió a los Poderes de Caos que se rindieran, y éstos se rieron en su cara. Pero sus risas fueron acalladas por otras palabras: “Caos sólo os conducirá a la muerte, rendíos y renegad de él o vuestro fin llegará de nuestras manos”. Era Thernael quien pronunció estas palabras, desde las puertas de las bibliotecas. Le acompañaban Herane, Wenal, Sisnach y los doce capitanes de la guardia, seguidos de sus hombres. Thernael portaba en sus manos el Símbolo del Poder de la Energía de Ley, y sus fieles amigos esgrimían también cada uno de ellos un Símbolo de Ley, Herane el del Fuego, Sisnach el de las Bestias y Wenal el de la Tierra. Los capitanes y los soldados llevaban armaduras relucientes y en sus ojos se podía ver el poder de Magia; habían nacido los caballeros.
Los poderes de Caos rugieron con furia, su carga fue breve y su muerte rápida. Los Poderes de Caos no esperaban ninguna oposición. La ira de los caballeros no conoció límites ni clemencia, y en una rauda purga limpiaron el palacio. Después atacaron desde el palacio a las tropas dispersas por la ciudad. Los caballeros eran pocos, pero su poder inmenso.
En las afueras de la ciudad Hiritach había contemplado la derrota de las tropas de Galbert y movilizaba sus propias tropas para destruir a la nueva Princesa de la Magia. Reenan se defendía como podía de los poderes del señor de los Poderes, pero no podía con su experiencia y el salvajismo de sus tropas. Thernael surgió de entre las puertas de palacio en el momento en que caía el último de los defensores de Reenan. El corazón de los amigos se congeló cuando vieron la oscura hoja de Hiritach alzarse sobre Reenan. Pero la hoja cayó hacia atrás, cuando una certera flecha golpeó desde las alturas el pecho del Poder de la Energía de Caos, matándolo al instante. Al mirar al cielo, Thernael y el resto de supervivientes encontraron las tropas de los Ywen Celestiales. Su emperatriz, montada en un carro forrado con las perlas más luminosas y puras tirado por grandes astinos, mantenía todavía en alto el arco que acababa de disparar la flecha y en su cuello se podía observar el Símbolo del Poder del Aire. Las tropas de los señores de la guerra Hetnon pronto cayeron ante las fuerzas aliadas de Melion e Ywen. Al anochecer la ciudad había sido liberada y sus habitantes aclamaban al rey Thernale y a la emperatriz Yeannael.
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